La ciudad lejana – La Vanguardia – 2004

Nuevo dique al medio día.

Barcelona 2005

Óleo sobre tela, 45 x 100 cm

Andrés Moya Barcelona es Ia temática única de este pintor realista que en su última etapa abandona las calles céntricas para concentrarse en zonas penfencas. industriales. Unas panorámicas llenas de luminosidad y espacio.

No hay presencia humana en los cuadros, como si se tratara de ciudades aún no habitadas

VIOLANT PORCEL

29/09/2004

Andrés Moya (Tomelloso, 1964), después de tres años de concienzudo trabajo, expone en la galería Artur Ramon un conjunto de 26 óleos de medidas muy diversas, con Barcelona como temática única. O como una lejana Barcelona a medio hacer o a medio deshacer, sutil, entre la extraordinaria y bella desolación de los cielos y la tierra.

Moya es de Tomelloso, la Mancha de Antonio López. Llegó a Barcelona muy joven y ha desarrollado su obra en íntima y absorbente relación con la ciudad. En los años 80 conoció unos animosos ambientes de vanguardia, donde cada cual descubría con entusiasmo sus propias y tanteantes creaciones, sus intuiciones, como pudieron ser los veloces dibujos o esbozos de Basquiat, mientras se asombraba comentando la ascensión internacional de Barceló. Julià Guillamon abre el catálogo del artista con un jugoso texto, plagado de detalles, sobre aquella época cuyo rasgo más interesante quizás fuera el de hacerse a sí misma, sumergirse en el entorno, en este caso ajeno a los problematizados aludes ideológicos que con frecuencia cunden en Barcelona. Guillamon cita a Almodóvar, es posible que aquel ambiente tuviera que ver con las primeras películas del cineasta también manchego, donde los personajes se obsesionan desbordados en su red de sensaciones. Sin embargo, la pintura de Moya ha seguido un camino diametralmente opuesto: el de desdramatizar o convertir en objetivo el punto de vista personal. Antonio López pudo influir en la obra anterior del pintor, como podría deducirse de su Via Layetana I, el cuadro más antiguo de la actual muestra. Pero éste apenas puede relacionarse con aquella Gran Vía de López, más pastosa y desolada, sin duda triste, mientras Moya resulta equilibrado en su composición, tonalidades, espíritu. Y en este terreno, disiento de Guillamon en un punto: la de este artista no es una visión suburbial entendida como desastrada, sino de un urbanismo neta y ordenadamente europeo, podríamos decir a caballo entre los s. XIX-XX. Aunque, es evidente, Moya pertenece a esta hornada de realismo que ahora sorprendentemente parece haberse impuesto en Barcelona.

Sin embargo, en la última etapa del artista –que constituye el grueso de la exposición–, se traduce un notorio cambio de marco, pues desaparecen las calles céntricas de la ciudad como motivo, para planear en toda la obra una luminosidad abierta a los espacios. Inmensa desnudez la de su tela, con una apenas siluetada anécdota urbana, mera línea de motivos enmarcada por una dilatada serenidad. Transcribe así zonas periféricas, industriales o aún en construcción, el puerto, la playa, la zona Franca, el área del Fòrum, imágenes panorámicas, una avanzadilla del cemento, las grúas, en la vastedad de una naturaleza sumida en silencios. Una atmósfera que podría acercarse a la de Hopper, pero que se manifiesta inversa: en éste flotan el abandono, las ausencias, cuando en las telas de Moya se perfila nítido, como decía, un esquema material del mundo. Algo significativo, por lo demás, enlaza ambas etapas: el cuadro se halla desprovisto de cualquier presencia humana, como si estuviéramos ante ciudades aún no habitadas o que se diluyen en lontananza.

Moya pinta del natural. La lentitud del pincel impregna la tela de sensibilidad o, mejor, de matices, una búsqueda de luz interior que en ciertos momentos roza el misterio, siempre con un hálito de calidez. El cual se traduce en calidades de sólido interés pictórico, como su tratamiento de la arena de una playa, texturas de poderosa plasticidad, o el oxidado reflejo de un viejo buque en las aguas plácidas, ambas creadas a través de una factura abstracta: se trata de substancia, no de anécdota. Sin embargo, en su tratamiento de los cielos esta intensidad adquiere a veces un aire más convencional. Todo ello compone una ensimismada crónica de la ciudad en sus flecos, la de un paseante de extrarradios tan físicos como mentales. La cercanía de la lejanía.

ARTUR RAMON ART CONTEMPORANI
BARCELONA
Palla, 10
Tel. 93–302–59–70
Hasta el 6 de noviembre
No hay presencia humana en los cuadros, como si se tmtara de ciudades aún no habitadas

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